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Dulce es el sueño del trabajador, coma mucho, coma poco; pero al rico no le deja dormir la abundancia.

Eclesiastés 5,12

Cuando una persona reemplaza a Dios con los bienes materiales como meta, propósito o finalidad de su vida, está caminando rumbo a la idolatría; algo así como lo afirmado por Jesucristo, según Mateo 6,24, sobre que no se debe servir (¿adorar?) a Dios y a las riquezas.

El amor a las mismas (entendiendo que son todos los bienes materiales que exceden a las necesidades reales) es rechazado por el Eclesiastés (el predicador, la Qohelet) por considerar que son cosa vacía, hueca. Le da el nombre de “vanidad”.

La idolatría es algo peligroso que empieza con aire inocente. Muchos me dirán: “…y bueno, quien más, quien menos, todos solemos ser “fanas” de algo o de alguien”. Pero hay que saber timonear ese humano sentimiento para no perder la paz interior, tranquilidad, descanso y felicidad.

Me estoy acordando del cuento “La camisa del hombre feliz”. Sucedió a un rey que, debilitado físicamente se sintió atacado por una tristeza profunda. Su médico le aseguró que se curaría si se pusiera la camisa de un hombre feliz. El rey mandó a sus ministros en busca del extraño remedio. Mucho les costó, pero al fin dieron con un pobre campesino que aseguraba ser feliz cultivando su chacrita. Al ser requerido con el pedido de su camisa pidió disculpas por no poder ayudar al rey. “Lo lamento, pero soy muy pobre y no tengo camisa”; explicó el campesino feliz. 

Sí, las riquezas excesivas las tenía el rey, pero la felicidad era del campesino. Claro, porque la vida es, como dijo Jesús, que debemos atesorar otra clase de bienes: amor, fe, esperanza….

Alicia Gonnet

Eclesiastés 5,9-19

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