Jesús les dijo: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed.”
Juan 6,35
Estas palabras de Jesús sobre el pan de la vida, al igual que su respuesta al tentador en el desierto: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, han sido tomadas en ocasiones como un cierto menosprecio al pan de trigo, maíz, avena o lo que fuere, como si Jesús minimizara la importancia del alimento que necesita nuestro cuerpo. Nada menos acertado que esto. El pan material, el alimento diario y todo lo que se necesita para vivir, es objeto de una de las peticiones del Padrenuestro y con ello tiene una sacralidad, si la queremos llamar así, que lo eleva por encima de muchísimas cosas insignificantes. Durante el año de la pandemia 2020, con su interminable encierro y las múltiples limitaciones, hemos vuelto a apreciar de nuevo la importancia fundamental de algunas profesiones que no son precisamente las más afamadas y prestigiosas ni las que pueblan páginas y más páginas huecas de revistas y horas de noticieros. Me refiero a las profesiones de quienes producen nuestros alimentos, quienes trabajan en la docencia y quienes cuidan de nuestra salud.
Precisamente por la importancia decisiva que tiene el pan cotidia-no para nuestra vida, Jesús se presenta como el pan de la vida que puede saciar el hambre perenne por perdón cuando tomamos conciencia de nuestro pecado; el hambre por la presencia de Dios, por fuerza para volver a levantarse cuando caemos, por resistencia contra el mal en tantas formas, por amor que tanta falta nos hace, por sabiduría para descubrir lo que Dios quiere para nosotros y de nosotros; y por certeza de salvación a lo largo de la vida entera y cuando se acerque el momento de la partida de esta vida. Esa hambre y esa sed solo puede saciar Jesús, el pan de la vida.
René Krüger
Juan 6,35-51
