Comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del hombre padecer mucho, ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas; ser muerto y resucitar después de tres días. Esto les decía claramente. Entonces Pedro lo tomó aparte y comenzó a reconvenirlo. Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”.

Marcos 8,31.33 (RV 1995)

Aunque Jesús les demuestra y explica claramente qué significa ser el Hijo de Dios, hay momentos en los que sus discípulos no quieren escucharlo. Ser rechazado, humillado y muerto por voluntad propia, no es fácil de aceptar. Por eso Pedro, saliendo de su rol de discípulo, desafía su mensaje, lo reta e intenta que cambie su plan.

Pero Jesús sabe que la salvación no es mágica, sino que pasa por la cruz y que Pedro está pensando y actuando desde sus instintos humanos. Por eso, lo reprende llamándolo “satanás”, acusador, es decir, aquel que aleja a los demás del camino de Dios. Y él no va a permitir que nadie lo aleje de su misión.

Si nos llamamos discípulos de Cristo, tenemos que confiar en él y dejar de actuar como lo hizo Pedro, cuestionando lo que no entendemos, olvidándonos de aquel que dio su vida por nosotros. Confiemos en sus palabras y mandamientos.

Hazme un instrumento de tu paz; que donde haya odio, ponga amor; en donde haya injuria, tu perdón, y donde haya duda, fe en ti. (Canto y Fe Nº 297)

María Esther Norval

Marcos 8,27-33

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