Si confesamos nuestros pecados, podemos confiar en que Dios, que es justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad. Si decimos que no hemos cometido pecado, hacemos que Dios parezca mentiroso y no hemos aceptado verdaderamente su palabra.

1 Juan 1,9-10

Qué bueno es, si estamos listos para confesar: ¡Yo soy pecador/a! Negar esto es una mentira. Decir que soy un pecador únicamente significa reconocer que yo necesito a Dios. Yo dependo de Dios. No puedo vivir sin Él. Porque en Él encuentro la luz. En Él no hay oscuridad. Él es mi luz, esto significa: Él me orienta en toda la oscuridad de mi vida. Y una vida sin oscuridad no existe. Ni en la vida personal, ni en una sociedad donde se encuentra injusticia, falta de paz, falta de misericordia. Cada ser humano vive en torno de todo esto y es parte de esto. Entonces no puedo decir que no cometí ni un pecado. Un/a verdadero/a hijo/a de Dios confiesa: Yo soy un pecador. Martín Lutero en su dialéctica vital llega a la conocida frase: “Peca fuertemente, pero cree más fuertemente. Sé un pecador y peca fuerte pero deja que tu fe sea más fuerte.” Entonces hay que aceptar que nosotros no tenemos la verdad en nuestras manos. Nosotros no sabemos todo. Nosotros necesitamos una orientación para nuestra vida. Necesitamos a Dios, que es justo. Él nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad.
Entonces será liberador si podemos confesar como este himno:
Si fui motivo de dolor, Señor, si por mi causa el débil tropezó, si en tus caminos yo no quise andar, perdón Señor. Escucha, oh Dios, mi pobre confesión y líbrame de tentación sutil… Amén, amén. (Canto y Fe N° 114)

Enno Haaks

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