Ahora Señor, tu promesa está cumplida, puedes dejar que tu siervo muera en paz.

Lucas 2,29

Leo esta afirmación de Simeón y la memoria me genera de inmediato dos asociaciones. Una me lleva a las últimas palabras de Jesús en la cruz según el Evangelio de Juan: todo está cumplido. Según Lucas, Jesús mismo dice: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y al decir esto murió.

La otra asociación me lleva al último versículo del Salmo 4: en paz me acostaré y asimismo dormiré porque tú, Señor, me haces vivir confiado.

La paz presupone la confianza, la fe absoluta, más allá de toda demostración. La confianza que no defrauda, sino que espera; que no pone tiempos sino la certeza de su cumplimiento.

El autor del Salmo  seguramente no habría solucionado todos sus problemas antes de dormir. Dormía en paz por la confianza en que el Señor estaba con él en medio de sus problemas.

Jesús pronuncia estas palabras en el momento más terrible de su vida. Simeón, que era un hombre justo y piadoso que esperaba la restauración de Israel, tiene la certeza de lo que espera. Esa confianza la da la paz. Y puede morir en paz porque ha vivido en esa paz.

Las palabras de Simeón no son resignadas, son gozosas. Al tomar en brazos a Jesús alabó a Dios, y dijo lo que dijo.

La muerte no aparece como la enemiga que le arrebata ese último logro. En la vida ha visto cumplida su vocación, y la muerte es un momento más en el tiempo de Dios, que trasciende al nuestro.  No es ni temprana ni tardía, no le quita lo que ha vivido. Al contrario, es el descanso que llega a su tiempo. ¿Hay mayor alegría que haber tenido aquello que le da sentido a la vida de la cual la muerte también es parte?

Quisiera yo tener la fe de Simeón y pido a Dios que me ayude a recibirla.

Oscar Geymonat

Lucas 2,29-32

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