Ustedes soportan con gusto a cualquiera que llega hablándoles de un Jesús diferente del que nosotros les hemos predicado; y aceptan de buena gana un espíritu diferente del Espíritu que ya recibieron y un mensaje de salvación diferente del que ya han aceptado.

2 Corintios 11,4

El apóstol Pablo predicó al Jesús de la cruz, que da su vida por amor, que se niega a sí mismo para seguir la voluntad del Padre. No es glorioso ni triunfante según la concepción humana, sino que responde a los criterios de Dios.

Jesús es un ejemplo en nuestras vidas, pero no es tan fácil seguirlo en un tiempo en donde todo pasa por el brillo, el dinero, el poder. Por esa razón, nuestra tentación es tergiversar el evangelio del compromiso y esperar un premio, por lo que llamamos la “teología de la prosperidad”: yo doy y Dios me devuelve. En esa línea confluye en que la prosperidad económica, la salud, el éxito en la sociedad, son parte de mi vida si mi fe en Dios es fuerte. Al mismo tiempo: la enfermedad, la pobreza, las situaciones de dolor y pérdida nos suceden por nuestra falta de fe. Ésta es una construcción a nuestra propia medida: nos sentimos bendecidos por Dios en los tiempos buenos… pero nos destruye en los tiempos malos.

Vivir en la fe en Jesucristo no es fácil, porque nos exige nadar contra la corriente, renunciar a algunas cosas que tal vez nos facilitarían la vida, pero momentáneamente. Pero a la vez nos renueva como personas, nos eleva por encima de las mezquindades humanas, y mejora la calidad de nuestras vidas, porque Dios nos acompaña y nos sostiene siempre. Este es el Jesús que nosotros seguimos y predicamos.

Estela Andersen

2 Corintios 11,1-15

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