Por eso dijo David: “Aquí estarán el templo de Dios, el Señor, y el altar del holocausto para Israel.”

1 Crónicas 22,1

Una vez un adolescente que no quería aceptar mi invitación a participar de un culto me dijo: “No sería necesario ir a la Iglesia para adorar a Dios porque se lo puede adorar en cualquier lugar”, a lo cual le respondí: “Es cierto, como también es cierto que no sería necesario ir a tu casa para comer, porque se podría comer en cualquier lugar; no sería necesario ir a la escuela, porque se podría estudiar en cualquier lugar; pero si algo es importante para alguien, sí es necesario que tenga su lugar”.
Dios le señaló a David el lugar donde quería que se construya el templo, lo cual lo habría entusiasmado mucho a él, pero por su pecado cometido esa tarea quedaría en manos de su hijo Salomón. Ese magnífico templo sería el centro cultural y religioso de todo el pueblo de Israel por varios siglos.
Pero, aunque el rey David sabía que no lo construiría, durante el tiempo que le quedó de vida realizó los preparativos para dicha obra. Esto nos deja dos enseñanzas: primero, es importante que tengamos un lugar para Dios en nuestras vidas, y por ello el encuentro como pueblo de Dios en la Iglesia es lo que nos da la posibilidad de alimentar nuestra fe recibida en el bautismo y segundo, no importa si el mérito de nuestro trabajo para la Iglesia se lo lleva otra persona, lo importante es que mientras vivamos dediquemos nuestros dones a la obra del Señor: Los constructores, en la construcción, los músicos en la música, los docentes en enseñar y obviamente que tus dones son muy necesarios también que estén al servicio de Dios y de tu prójimo.

Rubén Mohr

1 Crónicas 21,15-22,1

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