¿Quién es el más importante, el que se sienta a la mesa a comer o el que sirve?

Lucas 22,27

Jesús acababa de anunciar claramente a sus discípulos cómo habría de padecer y morir en Jerusalén para resucitar al tercer día. Jesús marchaba resueltamente delante de ellos, preocupado y sabiendo adónde iba, pero los discípulos andaban despistados y distraídos por cosas muy diferentes. Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se adelantaron del grupo y dieron alcance al Maestro. Fueron a pedirle nada menos que ocupar los dos primeros puestos en el reino que, según pensaban, iba a inaugurarse de un día para otro.

Jesús no les echa en cara propiamente su ambición, sino su ignorancia, pues no comprenden que el único camino que lleva a la gloria pasa por la cruz. Porque esto es lo que debiera preocuparles, y no sentarse en los primeros puestos. La ambición de Santiago y Juan indigna a sus compañeros, y el grupo se divide.

Pero Jesús, dejando a un lado la cuestión de rangos en el reino futuro, los reúne y les enseña cómo deben comportarse ahora, en el reino de la comunidad. En primer lugar, constata el hecho de que los jefes y los grandes tiranizan y oprimen a los pueblos. El abuso de poder es un hecho fácilmente comprobable en todos los pueblos, tanto que Jesús lo da por sabido.

Por eso, la aspiración de sus discípulos no ha de ser el poder sobre los demás, sino el servicio a los demás. Ya que en esto consiste la única grandeza. El que oprime a los demás es un miserable. A la “voluntad del poder” Jesús opone la “voluntad de servicio”; al imperio autoritario de los jefes y los grandes de este mundo, el servicio. Cómo ha de ser el servicio a los demás y hasta qué extremo, lo dice Jesús con su propia vida y con su muerte; pues él no ha venido al mundo para vivir como un Señor, sino para morir como un esclavo. Jesús ha querido ocupar el último lugar de todos, la cruz, para servir a todos dando la vida por todos.

Quien quiera ser grande tendrá que servir a sus hermanos y hermanas sin esperar nada a cambio.

Julio Strauch

Lucas 22,24-30

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