Yo seré como una muralla de fuego alrededor de Jerusalén, y en medio de la ciudad mostraré mi gloria.

Zacarías 2,5

Cuando la gente tiene miedo de peligros supuestos o reales, busca protección. Durante siglos, las ciudades han estado rodeadas por fuertes muros. China construyó el muro más largo del mundo contra los mongoles. El presidente Trump quiere protegerse de los inmigrantes del sur. Gente acomodada se retira detrás de muros y alambres de púas. Los retornados del exilio babilónico también querían protección.

Ante ellos yacía un país en ruinas y malezas. Una noche oscura el profeta Zacarías tuvo una visión. Un hombre quiere marcar el curso de la futura muralla de la ciudad. Pero se oye una objeción de Dios: La capital no necesita un muro. Él será un muro de fuego alrededor de ella. La pobreza dará paso a un nuevo esplendor. La seguridad no la ofrece el muro, sino su presencia. ¡La capital será abierta y afortunada!

Jesús dijo algo similar a sus discípulos (Mateo 10,28-29): “No tengan miedo… ni uno de los pajaritos cae a tierra sin que el Padre de ustedes lo permita.” No debemos ser descuidados, pero podemos ser despreocupados. ¡Démosle a Dios espacio entre nosotros y confiemos en Él, y una sociedad abierta puede hacerse realidad! Esta es mi visión.

Aun así, murallas nos separan, y tras las rejas nos podemos ver. Nuestras prisiones son nuestros temores, fuertes cadenas atan nuestro ser… La libertad de ser nosotros mismos, para vivir, soñar, crear, servir; la libertad como una tierra fértil que se convierte en pródigo jardín. (Canto y Fe Nº 207)

Kirsten Potz

Zacarías 2, 1-9

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