En ese día se dirá: «Éste es nuestro Dios, en él confiamos, y él nos salvó.
Alegrémonos, gocémonos, él nos ha salvado.»

Isaías 25,9

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Se acerca el tiempo de la alegría, del gozo. Estamos a principios de diciembre y se siente un aire diferente, pronto será Navidad y fin de año. Las luces y aún los perfumes nos anuncian un tiempo diferente. Los jazmines florecen, la gente corre y se notan ya los primeros saludos y felicitaciones. Nos parece, a veces, que es un tiempo de aturdimiento, de una alegría barata y de un gozo superfluo.

Es como si se pensara que todo puede comprarse. Como si un regalo pudiese cubrir las ausencias del resto del año, todos los desamores y los conflictos. Y que al llegar el fin del año todo cambiará mágicamente.

Pero la alegría verdadera no se compra, ni está a la venta, y el tiempo llega y va dejando a su paso angustia, mayor soledad y mucha frustración.

El texto nos habla de que es el tiempo de reconocer a quien nos salva, de presentar a nuestro Dios, la razón de nuestra esperanza. Nuestro Dios, en quien confiamos y nos salva, se mostró en Jesús de Nazareth, en su vida y en sus obras. Es el Dios amoroso que da vida, cuida de sus hijos. No discrimina, incluye. Es también quien nos llama a seguirle y hacer lo que él hizo.

Por eso, celebrar y esperar en este tiempo es obrar de acuerdo con su voluntad. Allí donde hay amor, donde se incluye, donde los dones de la tierra alcanzan para todos. Allí la esperanza del adviento se hace presente.

Doris Arduin y Germán Zijlstra

Isaías 25

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