Jesús le dijo: “¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!”

Juan 20,29

Vivimos en un mundo, que por un lado reclama “evidencias”, y por el otro construye con vanas evidencias, noticias falsas, que muchos creen como verdaderas, hay científicos que no encuentran “evidencias” de la existencias de Dios y ¡los creyentes las encontramos a cada rato!
Tomás no pudo creer lo que le contaron sus compañeros, tenía que ver con sus propios ojos las evidencias que Jesús estuvo en la cruz, y si Dios, al resucitar a Jesús, hubiese borrado las marcas de los clavos, y la herida en su costado, ¿Tomás habría creído?, ¿no podría ser esto una evidencia del poder de Dios?
Nosotros, desde nuestra perspectiva definimos qué es evidente y qué no, no viene determinado de antemano. Alguna vez pensaste en el maravilloso don del amor, ¿cómo de golpe podemos amar a un recién nacido?, ¿cómo se genera ese sentimiento? No es solo química, hay mucho más detrás de eso. Generalmente naturalizamos las evidencias del amor de Dios hacia nosotros. Esto nos impide ver su gracia permanente. Que Dios nos bendiga y abra nuestros ojos para descubrir su presencia en el trino de las aves, el sol que entibia nuestra espalda, la sonrisa de un niño, la sabiduría de una anciana, el pimpollo brotando en una planta, la solidaridad con el que sufre.
Si necesitás “ver”, te invito a dar una vuelta a la manzana con los ojos abiertos para ver la presencia de Dios en tu barrio, y en las ausencias pensá si podrías hacer algo.
Señor, abre nuestros ojos y entendimiento, para ser conscientes de tu presencia diariamente. Amén.

Susana N. Somoza

Juan 20,24-31

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