Gedalías les hizo un juramento a ellos y a sus hombres, y les dijo que no tuvieran miedo a los oficiales babilonios, que se quedaran a vivir en el país y sirvieran al rey de Babilonia, y que les iría bien.

2 Reyes 25,24

Después de la destrucción de Jerusalén y la deportación de la clase gobernante, religiosa e influyente, el rey de Babilonia instauró a Gedalías para gobernar sobre las gentes más sencillas, a quienes se les permitió quedar en el país y cultivar los campos. Las palabras que Gedalías tiene para decir al pueblo remanente de Judá son palabras de paz después de los sufrimientos de la guerra. Pero entre el pueblo remanente había suficientes excombatientes y caudillitos judíos, a quienes la conducta de Gedalías les pareció más bien de entrega y traición a su nacionalidad. Por tanto conspiraron contra él y lo asesinaron (ver también Jeremías 40). Luego, por temor a represalias del gobierno babilónico, muchos decidieron huir a Egipto.

En nuestras vidas no es fácil tomar decisiones correctas y desarrollar una conducta pacificadora. ¿A quién le debemos nuestra lealtad? ¿En aras de la paz debemos permanecer siempre sumisos a los poderos? No puede haber paz sin libertad, sin justicia, sin reconciliación verdadera. Pero la verdadera paz no se logra perpetrando revanchas ni eliminando presuntos traidores. Las injusticias acarrean la violencia. Jesús nos dice (Juan 14,27): “La paz les dejo, mi paz les doy, pero no se la doy como la da el mundo.” Sí, a veces tenemos que tomar decisiones que incluyen el riesgo de devenir en erróneas. Buscamos la paz, pero generamos sin querer enemistades, faltas de lealtad, incomprensión. Estamos en el mundo. Pero actuamos con la convicción de que el Señor estará con nosotros y nos perdonará si nos equivocamos, aunque el mundo nos acuse.

Federico Hugo Schäfer

2 Reyes 25,22-30

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