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Yo no busco la aprobación de los hombres, sino la aprobación de Dios. Si yo quisiera quedar bien con los hombres, ya no sería un siervo de Cristo.

Gálatas 1,10

En este versículo vemos la radicalidad con la que vive Pablo su ministerio. Es lógico que lo sienta de esta manera; con ese compromiso extremo. No olvidemos que Pablo en un principio perseguía a la iglesia hasta que tuvo su experiencia personal con Jesús. De ser enemigo pasó a ser un siervo fiel y dedicado al evangelio de Cristo. Jesús había hecho de él un instrumento de vida y misión. También ese Jesús no era cualquier hombre, sino el elegido de Dios. El Redentor. El Padre le había otorgado el honor más grande por su fidelidad y obediencia.

Pablo también buscaba ser fiel y obediente como su maestro. No era ingenuo, sabía que ello tenía un costo. Una fe que llevaba implícito un esfuerzo humano fuera de lo común, pero la enorme satisfacción de ser contado entre los servidores de Dios.

De Pablo a nuestro tiempo muchas cosas han cambiado. Y una de ellas es el compromiso para con aquellas cosas que contribuyen a la calidad del ser humano. Me refiero a la esencia como hijos del Creador, a los derechos y valores. Y el compromiso con la fe no escapa a ello. Menos tiempo, menos interés… Mayor distracción. Tenemos que recuperar la idea de que lo que cuesta, doblemente se valora. Y lo que se valora trae satisfacción personal y colectiva.

Jorge Alberto Buschiazzo

Gálatas 1,11-24

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