¡Ay de los que juntan casa con casa y acercan campo con campo, hasta que ya no queda más espacio, y así terminan habitando ustedes solos en medio de la tierra!

Isaías 5,8

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Los habitantes de aquel sitio se dedicaban a la agricultura y a la explotación de la tierra. Eran dueños de muy grandes extensiones de tierra, se juntaban y formaban corporaciones agrícolas para lucrar y ganar más, extrayéndole lo más que podían a la naturaleza.

Todo lo que hacían era pensando exclusivamente en su propio bien y bolsillo. La codicia movilizaba cada una de sus decisiones. Ese pueblo no podía ver más que sus propios deseos personales de éxito y triunfo. Su ganancia económica se había convertido en un perfecto dios a medida.

Los perjudicados de esta historia fueron los pequeños agricultores, que de a poco tuvieron que ir dejando la actividad, único modo de ganarse la vida.

Ante ese modelo, el profeta Isaías lanza una alerta diciendo que Dios juzgaría al pueblo por consentir aquella injusticia. Porque ellos, en lugar de seguir las instrucciones de Dios, estaban extrayendo del suelo todas las riquezas que les era posible; y al final un mensaje terrible: terminan habitando ustedes solos en medio de la tierra.

Dios ha provisto abundantes recursos para la supervivencia de los pueblos, pero el ser humano está agotando esas provisiones. El lamento del profeta Isaías sobre la codicia y la injusticia, expresado en nuestro texto de hoy, bien puede ser un lamento de Dios mirando nuestro modo de explotar los recursos naturales, y por otro lado, nos recuerda las palabras de Jesús, que frente a la injusticia y ante una multitud de desposeídos expresó: Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de Dios.

Eugenio Albrecht

Isaías 5,8–24

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