El amo lo llamó y le dijo: “¿Qué es esto que me dicen de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque ya no puedes seguir siendo mi mayordomo”.
Lucas 16,2
Con estas palabras confronta el amo a su mayordomo, éste debe rendir cuentas del trabajo que su patrón le había confiado y encargado. El mismo relato señala que se trataba de un administrador que estaba malgastando los bienes, y seguramente abusando de la confianza que su amo le tenía.
Esto es un punto de contacto con muchas situaciones de nuestra realidad, donde también vemos a ciertos actores y líderes sociales que recibieron el encargo de administrar y velar por los intereses de quienes les confiaron sus puestos, y a la hora de rendir cuentas se destapan ollas que muestran el mal uso y abuso de la confianza en ellos depositada.
Lo vemos en el ámbito privado, y ni hablar del ámbito público, que se encuentra manchado de corrupción, coimas, estafas que engrosan largas listas de denuncias y juicios.
En nuestra condición de creyentes, Dios nos confía la administración, el cuidado y la promoción del bien, la justicia, la verdad, la honestidad y todos los valores que hacen a la vida. Este encargo es indelegable y es proporcional al rol que a cada uno le es confiado, según sus dones y puesto que ocupe. Todos debemos rendir cuentas de nuestra vida, y de lo que nos fue confiado:
– de aquello que hicimos, y de aquello que omitimos,
– de lo dijimos y de lo que callamos,
– de lo que manifestamos y de lo que ocultamos…
No es así como se suele escuchar y tras lo que algunos se escudan, que ya nada importa y que a Dios le todo igual… ya lo decía el apóstol Pablo en su carta a los Corintios: “Porque todos tenemos que presentarnos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o lo malo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo.” (2 Corintios 5,10)
Que Dios nos ilumine en el camino de ser administradores sabios y honestos de la vida y de las responsabilidades que nos fueron confiadas. Amén.
Hilario Tech
Lucas 16,1-9
