En aquel tiempo el Señor me dijo: Lábrate dos tablas de piedra como las primeras, y sube hasta mí al monte. Hazte también un arca de madera. Yo escribiré en esas tablas las palabras que estaban en las primeras tablas que quebraste, y tú las pondrás en el Arca.

Deuteronomio 10,1-2

Moisés, en su súplica, hizo recordar a Dios que los hijos de Israel le pertenecían. Eran la herencia de Dios. Él no los destruiría a causa de su pecado sino más bien, en su bondad, les entregó otra vez los Diez Mandamientos, escritos por él mismo.

Si los israelitas hubieran guardado la ley, habrían sido bendecidos. Cuando violaron la ley, el juicio descendió sobre ellos, fueron incapaces de obedecer esa ley.

Si a ellos no les fue posible cumplirla, tenemos que admitir que nosotros tampoco somos capaces de cumplirla.

Sin embargo debemos estar agradecidos a Dios porque siempre de nuevo da la posibilidad de comenzar la relación con él. No permanece enojado e indiferente a nosotros, por más que nos olvidemos de su presencia entre nosotros.

Dios salva hoy a las personas por su gracia. En realidad, la gracia siempre ha sido su método, su gran ofrecimiento. En el Antiguo Testamento,él nunca salvó a nadie por medio de la Ley. No, las personas fueron salvas por su gracia, por su misericordia, que él les aplicó a todos los arrepentidos, con la promesa que con la venida de Cristo, su Hijo, y con su muerte en una cruz y su resurrección, regala ese perdón a los pecadores.

Carola Christ y Sebaldt Dietze

 Deuteronomio 10,1-9

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