Cristo se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz.

Filipenses 2,8

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Jesús, siendo la promesa manifiesta de Dios, no tenía necesidad alguna de humillarse y obedecer hasta morir en la cruz. Pero la obediencia de Jesús no es pasiva. Ella se comprende en relación a su humildad. Es decir, la razón que lleva a Dios a encarnarse.

Vaciarse de todo poder eterno – el tipo de poder que reyes y hasta autoridades religiosas anhelaban, – era necesario para hacerse humilde servidor. En un contexto de desprecio de las personas impuras, de marginalización y sufrimiento, Jesús propone otro mensaje traducido en sus acciones de ternura y solidaridad.

Como siervo humilde, Jesús afirma la dignidad de muchas personas impuras y hasta aprende de mujeres extranjeras (como la mujer sirofenicia). Humildad y obediencia es la naturaleza del Dios revelado en Jesús. Su poder se traduce en desobedecer los poderes religiosos y sociales que olvidan proteger a las personas más necesitadas. Esta manera mordaz de expresar otro reino –un tipo de desobediencia a lo que niega la vida– es causa de su crucifixión.

Reconozco que en nuestra humanidad luchamos delante de nuestra arrogancia. Cuesta ser humildes y obedientes. Pero es importante saber a qué obedecer y a qué no. Aparte de reconocer nuestras limitaciones y debilidades, la consciencia de servir va de la mano con la graciosa justicia de Dios. Nunca alcanzaremos la altura de Jesucristo, pero nos inspira a afirmar vida en medio de realidades crecientes en rupturas, polarizaciones y odio.

Oración: Dios, tú nos llamas a un momento nuevo… inicia ese mo-mento conmigo cada día y permite relaciones más solidarias en comunidad. Amén.

Patricia Cuyatti

Filipenses 2,5-11

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