Hermanos, ustedes deben saber que el perdón de los pecados se les anuncia por medio de Jesús. Por medio de él, todos los que creen quedan perdonados de todo aquello para lo que no pudieron alcanzar perdón bajo la ley de Moisés.

Hechos 13,38 y 39

Conozco un cuento un tanto jocoso que habla de un viejísimo reloj cucú que marca las horas extrañamente no haciendo oír el conocido sonido de “Cúcu” sino que con impertinencia repite: “No existen los relojeros!”

Con eso ya estamos en el “por qué” se habla tanto del “pecado” y del “perdón”.

Cuando de chico me preguntaba: “¿Qué hice ahora?”, me respondía: “¡Si yo no hice nada!”

Muchas personas están convencidas de que no han hecho mal a nadie, por lo tanto tampoco necesitan pedir perdón a nadie, y además, Dios no existe para ellos. Es como si alguien sólo puede existir porque otro le da permiso para ello.

“¡Para mí, Dios no existe, por lo que no puede pretender o exigir que pida perdón por nada!” dicen, – igual que el reloj Cucú.

Y aquí estamos frente al mayor de los pecados: el de negar o ser indiferentes al que nos creó, y que hizo de todo para que nosotros, los humanos, entendamos un poquito de su inmenso amor con el que se acerca a nosotros en Jesucristo.

Nosotros, si fuésemos Dios, juzgaríamos tal conducta condenando a todos los que no nos hacen caso; pero Dios usa otro camino para hacerse conocer. Él se nos acerca en un bebé, en Jesucristo, y lo pone en nuestras manos para que no podamos negarle el amor.

Creo que deberíamos aprender de esa forma de conducirse para llegar a ser humildes y astutos, y para aplicarlo en nuestra vida con otros y así ganarlos para nuestro Dios, como Cristo lo hizo.

Winfried Kaufmann

Hechos 13,26-43

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