Es verdad lo que dijo la visión de las mañanas y las tardes, pero tú guarda en secreto la visión, pues se cumplirá en tiempos remotos.

Daniel 8,26

Daniel, un libro que genera mucha confusión, como el Apocalipsis en el Nuevo Testamento. Es un lenguaje misterioso que recurre a visiones y códigos difíciles de entender.

Tiempos oscuros, tiempos de crisis, tiempos de los mensajeros apocalípticos. Por ahí aparece uno y te dice: “¡ves, lo que sucede ahora mismo, está todo escrito…!”

Pero luego de haber leído todo el capítulo y con la mente completamente confundida, me detengo en este versículo 26 que me dice: no te dejes tentar, no trates de “entender”, ya que ni el mismo Daniel entendía la visión que había tenido: “…seguía espantado por la visión y no la comprendía.” (v. 27)

El capítulo describe lo que sucederá en los “tiempos finales”, con las naciones, los imperios, con la humanidad, y entonces trato de ponerme en la piel de un refugiado sirio que ha perdido todo, familia, trabajo, casa, futuro; me pongo en la piel de alguien que ya no ve ninguna salida de su situación… Hay tantos en este mundo que viven cotidianamente su propio apocalipsis, que no hace falta hacer ninguna especulación con respecto a fechas o lugares.

Pero hay algo que el libro transmite: por encima de todo lo que te/nos puede suceder, hay un Dios que sigue teniendo las riendas en sus manos. Es la esperanza que nos invita a confiar en la misericordia de Dios. En sus manos lo dejo todo: mi presente y futuro, mi vida.

Mi Dios y misericordioso Padre, te doy gracias por la fe que tú me das cada día de nuevo. A veces las nubes negras y pesadas parecen querer aplastarme. Pero es la fe la que dirige mi mirada hacia la cruz y entonces estoy tranquilo, puedo seguir, quiero seguir… viviendo. Amén.

Reiner Kalmbach

Daniel 8,1-27

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