En cuanto a ti, no ruegues por este pueblo, no eleves gritos ni plegarias a favor de él. No me insistas porque no te escucharé.

Jeremías 7,16

La oración en la vida de fe es indispensable; es más, no se puede tener una fe activa y una buena relación con Dios sino no tenemos, conjuntamente, una verdadera vida de oración. Siempre somos exhortados a orar en todo tiempo y lugar, dando gracias a Dios, intercediendo y orando a favor de otras personas, pueblos y naciones. Y sabemos que Dios siempre nos escucha. La Biblia misma nos lo garantiza.

Por eso llama poderosamente la atención el énfasis que pone Dios mismo en prohibirle a Jeremías que no ore ni interceda por el pueblo de Dios, que tampoco insista, porque Él, de seguro, no lo escuchará. Y viene su pregunta: ¿Por qué? Dios le prohíbe orar a Jeremías por el pueblo, porque este pueblo no vive en fidelidad.

Exactamente vale para mostros hoy. Nuestra vida de oración debe ser integrada a nuestra vida, si no vivimos en fidelidad a Dios, sólo nos engañamos a nosotros mismos. Meditemos brevemente: no podemos esperar que Dios escuche nuestras oraciones si no tenemos coherencia entre la fe que proclamamos y lo que realmente actuamos en la vida de todos los días.

Ustedes quieren algo, y no lo obtienen; matan, sienten envidia de alguna cosa, y como no la pueden conseguir, luchan y se hacen la guerra. No consiguen lo que quieren porque no se lo piden a Dios; y si se lo piden, no lo reciben porque lo piden mal, pues lo quieren para gastarlo en sus placeres. (Santiago 4,2-3)

Sergio A. Schmidt

Jeremías 7,16-28

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