Por eso hay que echar el vino nuevo en cueros nuevos.

Marcos 2,22b

Se dice muchas veces que estamos en un tiempo de crisis. Económica, social, de valores, de identidad, de fe… los fundamentos mismos de la tradición ‘occidental y cristiana’ están siendo removidos y algunos afirman que ha empezado a morir irremediablemente.

Pero una cosa es cierta, necesitamos un equilibrio sano entre una apertura, renovar nuestra iglesia, nuestra manera de pensar y la conservación de las tradiciones inamovibles. Entiendo por tradiciones, aquellas cosas que nos identifican como iglesia y a las que no podemos renunciar.

Una institución que no cambia, que no se renueva tiene que necesariamente morir. Es la ley de la vida. Hasta el ser humano cambia, crece, se renueva y no por eso deja de ser un ser humano. El niño para ser un adulto, pasa por la crisis de la adolescencia que termina en algo nuevo, en algo mejor y más grande: la adultez.

Como iglesia debemos tener algo en claro: debemos crecer y lograr algunos cambios que sean el resultado de ese crecimiento, pero no debemos perder nuestra esencia como herederos de la Reforma. Podemos renovar y actualizar, pero no dejar de ser lo que somos.

No se trata de cambiar por cambiar, se trata de que en el cambio se fortalezca la esencia de lo que somos. Renovar la tradición. Tener una historia y una tradición no quiere decir que debamos tener posturas y actitudes de hace 200 años atrás cuando vinieron nuestros abuelos, sino que significa que no debemos renunciar a los sueños e ideales que movían a nuestros abuelos, y aplicarlos a los tiempos de hoy. No sea que el vino se convierta en vinagre.

Pablo Münter

Marcos 2,18-22

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