Jesús contestó: – ¡Oh gente sin fe y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? …

Lucas 9,41

En esta ocasión ocurrió que los discípulos no fueron capaces de curar a un muchacho que sufría violentos ataques. El padre pide luego a Jesús que atienda a su hijo diciendo, según algunas traducciones, “pues es el único que tengo”. Se relata que hay un cierto fastidio con toda esta situación por parte de Jesús, quien sana al joven, pero trata a los presentes de incrédulos y perversos. Cuando leemos esto nos sorprendemos porque pensamos que tampoco seríamos capaces de curar a alguien en una situación así. Tal vez podríamos dar alguna cura, quizá espiritual, a alguien, pero de todos modos lo de incrédulos y perversos vale para nosotros. De manera que no hay por qué sentirse seguros de entender y menos dominar todo lo que se refiere a nuestra fe. Como en otras ocasiones, Jesús derrumba nuestra falsa seguridad. Por eso, a veces se ofrece la Santa Cena no sólo a los adultos sino también a los niños. ¿Acaso los adultos la entendemos mejor que ellos? A pesar de nuestra ineptitud, gracias a Dios siempre podemos tomar y transmitir del mensaje de Jesús aquello que mejor nos hace: la no violencia, la compasión, el compartir. Esto llega, y en cierto sentido cura a un adulto, a un niño, a un enfermo, a un moribundo y, más aún, llega a un animal que alimentamos, que sacamos de una jaula para que retoce o que liberamos en su hábitat.

Tomás Tetzlaff

Lucas 9, 37-45

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