Quien tenga sed y quiera, venga y tome del agua de la vida sin que le cueste nada.

Apocalipsis 22,17

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La paradoja más grande, la más desafiante, la que desestructura, la que rompe todos los moldes. Esa es la paradoja de la VIDA que el Evangelio nos trae. ¿Cómo, por qué? Dice el dicho popular: “Lo que cuesta, vale”. De lo cual se deduce fácilmente por oposición: lo que no cuesta, no vale. Lo que no cuesta, no se aprecia como lo que cuesta, no se valora. Y la Palabra nos dice que esa “agua de la vida” de la cual Jesús habló refiriéndose a sí mismo y a su mensaje (Juan 7,37) resulta que no cuesta, y sin embargo, vale, tanto que es lo más valioso que podamos imaginar. (Mateo 13,44-45).

Pero también tenemos que reconocer otra contradicción: Jesús habló claramente del costo que se debe asumir si queremos seguirle. Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza. (Lucas 9,58) O también cuando dijo: El que no toma su propia cruz y me sigue no puede ser mi discípulo. (Lucas 12,27).

¿Cómo es esto que esa agua viva no cuesta nada y sin embargo cuesta todo?

Evidentemente no se trata de los mismos costos. Conseguir alimento, conseguir los recursos para la vida, puede ser una aventura más o menos complicada según la circunstancias. Hay quienes lo tendrán desde la cuna y quienes invertirán sus fuerzas y sus brazos en ello. Pero conseguir sentido para la vida, conseguir fuerza, vitalidad, energía, alegría, esperanza, resulta mucho más complicado. No se compran en ningún supermercado. Se reciben gratuitamente, no cuestan nada, si estamos dispuestos a jugarnos todo por Jesús.

Busquen el reino de Dios y su justicia, todo lo demás vendrá por añadidura.(Mateo 6,33)

Marcelo Nicolau

Apocalipsis 22,16-21    

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