¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?

Marcos 3,33

“Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar”, dice la milonga de Atahualpa Yupanqui. ¿Cuántos hermanos y hermanas contaba Jesús tomando en cuenta criterios de hermandad que no son sólo los que surgen de los lazos sanguíneos sino sobre todo del reconocimiento de Dios como el mismo y único padre? Seguramente él tampoco los podía contar. A primera vista, como respuesta dada a quienes vienen a informarle que su madre y sus hermanos están esperándolo fuera de la casa, podría parecer una actitud desconsiderada y excluyente. Pero en realidad es la más inclusiva de las respuestas. Su madre, hermanos y hermanas pueden ser ésos y muchísimos más, también nosotros. Ahí

está verdaderamente la riqueza de la respuesta.

Es Jesús quien nos hermana, porque es Dios quien nos adopta como sus hijos. Y la adopción está movida únicamente por el amor que es totalmente libre. Hacia nuestros hijos biológicos, además del amor, tenemos obligaciones que nos pueden ser exigibles incluso legalmente. Pero cuando esos hijos se vuelven tales por adopción, no podría haber otra razón más que el amor hacia ellos. Por eso el apóstol Pablo en su carta a los Efesios remarca que Dios nos ha hecho sus hijos adoptivos. Nos ha amado libremente, sin ninguna obligación. Y por tanto nos ha hecho hermanos, no compañeros de ruta, ni socios, ni siquiera amigos solamente, sino hermanos, que es una condición que no está en nosotros cambiar. Podemos enemistarnos, podemos tomar caminos diferentes, podemos rechazarnos e incluso puede que haya odio en la relación entre personas. Pero no dejaremos en ningún momento de ser hermanos. Así de profunda es esta nueva relación que Jesús ha establecido con nosotros, y que como reflejo de ella, tenemos la hermosa oportunidad de establecer con los demás.

Oscar Geymonat

Marcos 3,31-35

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