Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan su corazón como cuando me provocaron. ¿Y quiénes fueron los que lo provocaron aún después de haberlo oído? ¿No fueron acaso todos los que salieron de Egipto por mediación de Moisés?

Hebreos 3,15-16

La experiencia fundante del pueblo hebreo fue la salida de Egipto, luego de siglos de esclavitud. Esta estancia prolongada en un sistema social, político, económico y religioso, que segaba permanentemente vidas humanas en favor de los más poderosos y sus dioses dejo huellas muy profundas en la vida de esas personas. Las mismas pirámides grafican con mucha claridad la lógica dominante; la mayoría de los ladrillos están en la base y sostienen a los pocos ladrillos de la punta. No hay lugar para cambios, el orden esclavista es inmutable e insensible. Las pirámides, sin embargo, llevan dentro una tumba, ¡son sitios de muerte! La primera plaga de Egipto consistió en que las aguas del Nilo se volvieran rojas como sangre. Esto significa que Dios denuncia el sistema de esclavitud que una y otra vez demanda sacrificios humanos. Aún la prosperidad económica de Egipto está apoyada en la muerte de muchos esclavos. Este pueblo es el que Dios conduce al desierto, un pueblo acostumbrado a obedecer y recibir migajas. Por eso el mecanismo aprendido es la queja, no la responsabilidad y la búsqueda de soluciones entre todos. El pueblo se queja contra Dios y Moisés, los acusan de sacarlos al desierto para matarlos de hambre y sed. Su memoria es pobre y selectiva, en el desierto recuerdan los “favores” recibidos del imperio, han olvidado los costos. La querella es por agua y Dios responde haciendo golpear una roca de la cual brota agua (Números 20,1-13). El pueblo endurecido rehusó escuchar al Dios liberador. Sin embargo, aún de la roca Dios provee agua para indicar que Él es capaz de sacar cosas buenas aun de los testarudos y obcecados. El corazón endurecido es aquel que no se anima a cambiar, a dejar las creencias limitantes, a tener fe. ¡La terquedad impide escuchar!

Señor soy como la roca, perdóname, aun así, si es tu voluntad, saca agua de mí para compartir con el sediento. Amén.

Juan Carlos Wagner

Hebreos 3,1-19

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