Que el Señor los lleve a amar como Dios ama, y a perseverar como Cristo perseveró.

2 Tesalonicenses 3,5

¡Qué hermoso! Sin exagerar podemos decir que el apóstol nos habla del amor perfecto. ¿Existe el amor perfecto en este mundo? ¿Somos capaces de amar así? Son preguntas retóricas que en sí mismas transmiten la respuesta.

Yo como hombre, marido, padre de mis hijos; yo como amigo, vecino, colega, ciudadano, no soy capaz de amar así; y como pastor de mi iglesia… tampoco. En este mundo el amor siempre está condicionado. Es porque nuestra manera de amar responde a lo que sentimos, y no sentimos lo mismo por todas las personas. No todo es simpatía y amistad. Es por eso que hay conflictos, marginación, guerras.

Creo que el Apóstol Pablo es uno de los pocos que han llegado a la profundidad de la enseñanza de Jesús, uno de los que han  tomado conciencia de la magnitud del mensaje del “Sermón del Monte”: si Dios está en nosotros, las cosas cambian; lo que para el ser humano es imposible, para Dios sí es posible. Por eso es tan importante mantenerse fiel a la enseñanza del Señor, para no perder el rumbo, para que él pueda actuar en y a través de nosotros. En otras palabras: el Espíritu de Dios reemplaza, de a poco, el “yo”, y entonces, esa forma de amar ya no es algo ilusorio, sino que es como estar en el camino, hacia…

Y para penetrar un poco más en el pensamiento del apóstol: si entendemos que la comunidad de fe es el cuerpo de Cristo, entonces es él quien obra, quien dirige. Es él quien sigue enseñando tal como lo había hecho aquel día, rodeado de sus discípulos.

Señor, que habites en mí, que la fuerza de tu Espíritu asuma el mando, que el “yo”, muchas veces tan destructivo, soberbio, indiferente e ignorante, se ablande y que finalmente se convierta en “nosotros”. Amén.

Reiner Kalmbach

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