Ustedes no se acercaron, como lo hicieron los israelitas, a algo que se podía tocar y que ardía en llamas, donde había oscuridad, tinieblas y tempestad.

Hebreos 12,18

En la lectura de ayer hacía referencia a las señales de Dios. Los hebreos, durante su camino a la tierra prometida, vieron señales inequívocas de su poder. ¡Si hasta escucharon su voz hablándoles!

Pero ver, ¿siempre es señal para creer? Mucho fue lo que Moisés, Aarón y más tarde Josué tuvieron que lidiar con la incredulidad del pueblo.

En las clases de física suelo decirles a los alumnos:

– ¿Ustedes pueden ver la electricidad?, a lo que ellos responden que no, y luego les digo:

– Hay gente que dice que si no ve, no cree. Pues en ese caso, invítenlos a que “metan los dedos” en un enchufe, y entonces comprobarán la existencia de la electricidad con un fuerte sacudón en sus cuerpos.

De esa misma manera nos sacuden las señales del Espíritu a los que nos abrimos a él. Podemos sentir su presencia en los hechos más simples de la vida, aun en los problemas.

Por medio de la fe en Jesucristo, el Señor nos abre esta posibilidad. El mismo Jesús dice en Juan 20,29 ¡Dichosos los que creen sin haber visto!

No hace mucho, leí en una publicación un grafiti que decía: “Para ver, primero hay que creer”. ¡Cuán cierto es esto!

Mi querido lector, yo no puedo enviarle fe a través de estas palabras, pero sí puedo invitarlo a ver y a escuchar a Dios en todas las formas que él tiene para comunicarse.

Señor, danos mente abierta y corazón humilde para poder encontrarte siempre. Amén.

Alejandro Faber

Hebreos 12,18-24

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