Ustedes han oído que antes se dijo: “No cometas adulterio”. Pero yo les digo que cualquiera que mira con deseo a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón.

Mateo 5,27

Es notable que todos los años se repite la misma historia. Nos disponemos a trabajar los diez mandamientos. En la escuelita dominical. En la reunión de catecismo. En la clase de educación cristiana. Y siempre es la misma pregunta la que, espontáneamente y, en primer lugar, ellos plantean: “¿Qué es adulterio?” Una vaga idea tienen, algunos. Desde imaginarse que significa querer ser como los adultos, romper el pacto matrimonial y hasta las más atroces fantasías de abuso y violación. Generalmente logramos entablar un debate rico, profundo y sumamente enriquecedor sobre el sentido, la pertinencia y la actualidad que tiene este mandamiento.

Maravilloso es cuando, entre todos, logramos descubrir que la prohibición del adulterio va mucho más allá de marcar lo destructivo que son las prácticas de infidelidad, sino que refiere al profundo respeto que le debo a mi pareja. Aquel respeto que también reclamo para mí y que tiene que ver con la certeza de que podemos confiar uno en el otro. De que lo que nos decimos se condice con lo que sentimos y hacemos. De que más allá de todo lo que nos puede llegar a suceder, el compro-miso y la responsabilidad para con el otro son inamovibles.

Y más maravilloso aun cuando, entre todos, logramos consentir que el mismo trato respetuoso y sincero nos lo debemos cuando lo que creíamos indestructible entra en crisis y, juntos, necesitamos tomar decisiones.

Una alianza es un acuerdo, convenio o pacto entre dos o más personas, hecha a fin de lograr objetivos comunes y asegurar intereses en común. (Wikipedia, la enciclopedia libre)

Annedore Venhaus

Mateo 5,27-32

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