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No trabajen por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les da vida eterna.

Juan 6,27

Un confirmando de oro, el día del evento en su congregación en el interior, mencionó que todos los días pasaba frente a la parroquia de nuestra iglesia en la jurisdicción de su actual domicilio en Buenos Aires. Pero nunca se contactó con la misma.

¿Cuál es el sentido de pertenencia a la iglesia que tenemos? Y ¿por qué sostenemos la institución de la iglesia si muchas veces apenas nos mantenemos en la antesala de la misma?

Creo que en general quienes conformamos la comunidad cristiana no tenemos un concepto acabado sobre la Iglesia, como tampoco una comprensión plena del valor de la fe y la gracia de Dios para nuestras vidas, ni de la plataforma de esperanza que ello representa como portadora y mensajera, también a través de nosotros, de la vida que desde ella Jesucristo tiene reservada para la humanidad.

Es probable que en la medida que no estemos comprometidos incondicionalmente con el amor tal como Jesucristo lo vivió, entendemos el privilegio de la gracia de Dios en función de lo perecedero y personal que gobierna este mundo material que nos tiene atrapados y nos confunde como discípulos.

Estas apreciaciones también nos apuntan, y son un desafío para tener una mirada de fe más profunda. Todos sabemos que la vida nueva nos viene por gracia de Dios.

La diferencia radica en tener una actitud abierta y de comunión con él, escuchar y estar disponibles. Dejemos actuar su gracia en nosotros y respondamos con acciones meditadas. El desafío es un ministerio de vida frente a cualquier interpretación interesada en el seguimiento de Dios. Dejémonos desafiar con un seguimiento por la vida, genuino y no solamente formal. Procuremos ser seguidores consecuentes con el valor profundo que representa la buena noticia de la presencia de Dios entre nosotros. Dejemos de ser apenas oyentes, simples sostenedores de instituciones, costumbres, para comprometernos con todo el corazón y con todas las fuerzas por la vida que permanece, la verdadera y eterna. Amén.

Ernesto Weiss

Juan 6,22-27

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