Esto es lo que han dicho: ‘Servir a Dios es cosa inútil. ¿Qué provecho sacaremos de hacer lo que él manda? Pero para ustedes que me honran, mi justicia brillará como la luz del sol, que en sus rayos trae salud.

Malaquías 3,14 y 4,2

Los diferentes sistemas económicos aplicados a lo largo de la Historia de la humanidad tienen siempre algo en común: la idea de que hay que poder sacar provecho de todo lo que se hace. Cuanto más provecho y menos inversión de esfuerzo y dinero – mejor aún. Ese sistema basado en el beneficio tiene una serie de ramificaciones y de consecuencias que llegaron a cubrir prácticamente todos los aspectos de la vida. Así se habla de la “etapa productiva” de la vida, quitando la etapa de la formación y luego la de la jubilación como “no productivas”. Se habla de “sector productivo de la población”, dejando de lado quienes no tienen un empleo u ocupación con retribución económica. Se analiza a las instituciones para ver en qué medida “aportan” algo a la sociedad. El sistema neo-extractivista, aplicado con tanta vehemencia en casi toda América Latina en las dos últimas décadas, se aprovecha de todos los recursos de la naturaleza para extraerles el jugo al máximo, sin importarle las siguientes generaciones. Las riquezas obtenidas hoy por la venta de lo extraído y por las retenciones suministran pan y torta para hoy, pero también levantan una sombra amenazadora de hambre, necesidad, enfermedades, muerte y acaso dictaduras para mañana.

¿No sería posible pensar la vida humana y nuestras actividades desde otra perspectiva, no desde lo meramente provechoso? Ya en tiempos de Malaquías –unos siglos antes de Jesucristo–, hubo gente que opinaba que “servir a Dios es cosa inútil que no da ningún beneficio». En cambio, otros vivían y actuaban en la confianza de que honrar a Dios, preguntar por su voluntad para sus vidas y vivir según esa voluntad era positivo, aún sin beneficios inmediatos a la vista. Simplemente vivían en la alegría de haber sido tocados por Dios en su vida. Lo percibían como un privilegio, si bien intangible e invisible, pero para ellos convincente. A éstos, Dios les promete justicia, salud y salvación. No como garantía por una inversión, sino como promesa divina gratuita. ¿Nos animamos a ubicarnos entre ellos?

René Krüger

Malaquías 3,13-24

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