El que hace caso a su palabra, ha llegado a amarle perfectamente, y de ese modo sabemos que estamos unidos a él.

1 Juan 2,5

En los días anteriores meditamos sobre el anuncio, la unión, el testimonio y la luz como señales de la presencia de la comunidad de Cristo. Hoy el texto nos confronta con la virtud de la coherencia en el camino de la obediencia: hacer caso a su palabra.

Todos sabemos por propia experiencia que del “dicho al hecho hay un largo trecho”. La adhesión que el Evangelio nos demanda no es sólo de palabra sino de actos y hechos. El mismo Jesucristo pregonaba a sus discípulos que todo árbol se conoce por sus frutos, animándolos así a que sus acciones fueran como marcas de la obediencia al Padre.

Y el sello que debe legitimar estos actos debe ser el amor. Hacer caso a la Palabra es permitir que:

– nuestra voz sea la voz del Señor: una voz que alienta, consuela, anuncia, denuncia,

– nuestras manos sean también sus manos, manos tendidas que so-corren, que abrazan, que se unen en la construcción de un mañana mejor,

  • nuestros pies sean sus pies, pies con pisadas firmes que señalan caminos y dejan huellas de compromiso con el prójimo, pies que marchan al encuentro
  • nuestra mirada sea su mirada, mirada sensible que distingue la triste-za y el dolor, la alegría y la dicha…
  • nuestro sentir sea su sentir, un sentir que nace del corazón y se hace tangible en la solidaridad y la empatía.

Será a través de cada una de nuestras acciones por las que nos conocerán como discípulos de su comunidad, unidos por el amor.

Amémonos, hermanos, en dulce comunión, y paz y afecto y gracia dará el Consolador. Amémonos, hermanos, y en nuestra santa unión no existan asperezas ni discordante voz. Amémonos, hermanos, con todo el corazón, lo ordena el Dios y Padre, su ley es ley de amor. (Culto Cristiano Nº 133)

Hilario Tech

Mateo 11,25-30; 1 Juan 2,1-6

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