Ya no importa el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque unidos a Cristo Jesús, todos ustedes son uno solo.

Gálatas 3,28

Resulta irónico que nuestras diferencias, aquellas que nos vuelven personas únicas, también sean el origen de muchos de nuestros conflictos como sociedad.
Nos cuesta aceptar a quienes son diferentes a nosotros. Nos olvidamos que nuestra riqueza como humanidad radica en nuestra diversidad, que es un regalo de Dios.
En este contexto, las palabras del apóstol Pablo nos muestran que en Cristo todo es distinto. En Jesús podemos converger con nuestras particularidades, con aquello que nos hace únicos. Cristo es amor y ese amor no divide, sino que une; ese amor no destruye, sino que construye; ese amor no deja fuera a nadie, sino que acoge.
Para ese amor las diferencias no nos separan, sino que nos unen en el seguimiento de Aquél que dio su vida por todas las personas.
Ser uno en Cristo no quiere decir que todos debemos ser iguales, sin diferencias, sino que Él nos recibe con la riqueza de nuestra diversidad, porque su amor no hace distinciones.
Si decimos que nuestra fe está puesta en Jesucristo, entonces nuestras diferencias no deberían ser un impedimento para vivir juntos, sino todo lo contrario, siendo el pilar para construir una sociedad desde el amor que no discrimina sino que incluye y recibe, volviéndonos herederos y herederas del amor y la promesa de vida plena que Dios anunció.
No hay griego ni hebreo en él, ni esclavo ni libre hay en él, en él no hay varón o mujer, tan sólo herederos de Dios. (Canto y Fe N° 137)

Joel A. Nagel

Gálatas 3,19-29

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