Efraín construye multitud de altares, que sólo sirven para pecar. Aunque yo escribí para él mis muchas enseñanzas, él las tuvo por cosa extraña.

Oseas 8,11-12

Dios observaba la incoherencia que existía entre la enseñanza recibida y la conducta de la gente de la tribu de Efraín. ¿De qué sirve construir altares y ofrecer sacrificios de animales, si no hay un cambio de actitud, si no hay arrepentimiento sincero por los pecados cometidos? ¿De qué valen los holocaustos si el corazón y las intenciones están lejos de Dios? ¿Sirven de algo los sacrificios si son solamente un medio para tranquilizar la conciencia, y luego seguir cometiendo los mismos pecados?

Había una vez un “cristiano” muy allegado a la iglesia que iba a los campos a acopiar la cosecha de pequeños agricultores. Al negociar el precio les pagaba apenas monedas por su producción e iba luego a los silos de los grandes acopiadores y entregaba lo colectado como si fuera suyo, recibiendo una remuneración notablemente superior a la que había pagado. En una ocasión una persona le preguntó cómo podía actuar en forma tan deshonesta con los pobres, más aún siendo que se consideraba cristiano, y asistía a la iglesia. Su respuesta fue: “¡Ah no!, ¡Lo uno no tiene nada que ver con lo otro! ¡Una cosa es mi vida de fe y mi relación con la iglesia y otra muy distinta son los negocios!”

Seguramente de forma parecida pensaban los destinatarios del mensaje de Oseas. Pero lo cierto es que la vida es indivisible. O somos cristianos en todo lo que hacemos o no lo somos. Es verdad que somos pecadores y que nunca dejaremos de cometer faltas. Pero cuando el pecado, la injusticia y el fraude se cometen deliberadamente ¿cómo esperar el perdón?

Jesús, retomando palabras de Oseas expresó: Lo que quiero es que sean compasivos, y no que me ofrezcan sacrificios. (Mateo 9,13)

Bernardo Raúl Spretz

Oseas 8,1-14

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