Jesús preguntó: “¿Se permite sanar en sábado a un enfermo, o no?” Pero ellos se quedaron callados… “¿Quién de ustedes, si su hijo o su buey se cae a un pozo, no lo saca en seguida, aunque sea sábado?” Y no pudieron contestarle nada.
Lucas 14,3-6
Hay silencios que lo dicen todo. En un escenario de personas influyentes y observantes de miles de reglas se encuentra un hombre enfermo. Su presencia serviría de prueba para ver qué haría Jesús. Si lo curaba, según pensaban ellos, quebrantaba la Ley, la voluntad de Dios.
Jesús, consciente de la hostilidad de los fariseos, plantea dos preguntas y obtiene por respuesta el silencio. ¿Cuándo callamos? ¿Cuando no hay respuesta? ¿O cuando sabemos que la otra persona tiene razón y nos cuesta admitirlo?
Había una vez una enfermera muy profesional, que nunca se quejaba de sus arbitrarios horarios rotativos: de noche, feriados, domingos… Siempre estaba dispuesta a hacer su trabajo con amor y alegría. Un día, el pastor de su congregación le recriminó que hacía tiempo no la veía en los cultos. Ella respondió: “¿Qué es más importante, pastor? ¿Ayudar al prójimo en mi trabajo, aunque sea un domingo? ¿O discutir con mis compañeras y jefes para poder ir los domingos al culto?” Él se quedó callado.
En el culto de un Día de la Madre apareció una mujer queriendo leer una poesía, fuera del programa establecido y ensayado. Los presentes se codeaban y sonreían maliciosamente, mientras la conocida paciente psiquiátrica se acercaba al micrófono. Dijo que era de su autoría y se la dedicaba a su madre fallecida. Al escucharla, todos se conmovieron hasta las lágrimas, y se quedaron callados, avergonzados.
A veces, como los fariseos, también nosotros individualmente y como congregación nos quedamos enredados en formalidades y reglamentos y perdemos de vista lo más importante: hacer el bien y dar una oportunidad a quien lo necesita.
Toda la ley se resume en este solo mandato: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” (Gálatas 5,14)
Patricia Haydée Yung
Lucas 14,1-6.
