Ahora bien, si el esposo o la esposa no creyente insiste en separarse, que lo haga. En estos casos, el hermano o la hermana quedan en libertad, porque Dios los ha llamado a ustedes a vivir en paz.
1 Corintios 7,15
El apóstol Pablo, en casos especiales, como cuando hay una unión matrimonial entre un creyente y un no creyente, y el otro no comparte esa creencia, consideraba que podía llegar a separarse. Se supone que en matrimonios que no profesan la misma fe y esto es una razón por la que no pueden vivir en paz, se acepta la separación entre los esposos. Se entiende también que esto no debería ser una decisión tan ligera cuando se trata de creyentes.
Vivimos en un mundo lleno de relaciones matrimoniales que no son funcionales, y cada vez más se puede ver familias, hogares fragmentados por la intolerancia, la violencia, las agresiones, las contradicciones, las incomprensiones. Cuando la vida en pareja se torna insoportable y puede afectar a otros, en especial a los hijos. Es allí en donde la frase de Pablo tiene sentido cuando dice que Dios los ha llamado a ustedes a vivir en paz. Si esa paz es quebrantada permanentemente y ya no se encuentra un punto de equilibrio y armonía, y si las terapias tampoco dan resultado, es de pensar en la necesidad de la separación.
Si la separación ocurre debe darse en el sentido de que cada uno puede volver a recuperar su paz, no es el comienzo de una guerra, no de odios y rencores interminables. Es muy malo para nuestro ser vivir sin armonía, sin equilibrio en las relaciones, en donde la paz interior está quebrada. De esa manera, la separación se ve como el mal menor. El Apóstol Pablo da esa alternativa en el sentido del cuidado del hogar, de las personas, de su salud, de su paz y no para cualquier
circunstancia y tomado a la ligera.
Oremos: Dios, acompaña nuestra convivencia, para que sea saludable, danos la paz que viene de ti para que parejas y hogares estén encaminados en una sana convivencia a través de la fuerza de tu amor. Amén.
1 Corintios 7,10-16
