Como Judas y Silas tenían también el don de comunicar mensajes recibidos de Dios, consolaron y animaron mucho con sus palabras a los hermanos.  Al cabo de algún tiempo, los hermanos los despidieron con saludos de paz para que regresaran a los que le habían enviado.

Hechos 15,32-33

Qué lindo. Qué hermoso es ver, escuchar y sentir que los dones que Dios puso en cada corazón son ofrendados para la proclamación de su palabra. Sin duda, es necesario que todos los dones estén presentes en una comunidad, pero aquel que lleva el consuelo y anima hace que la comunidad tenga un buen cimiento, una relación fuerte, un favorecer el desarrollo de todos los demás dones. Porque esta vida es sufrida: las dificultades, los problemas, las enfermedades y las situaciones complicadas aparecen cuando menos pensamos y, aún más, cuando menos esperamos. En esos  momentos, si cada miembro de una comunidad tiene la posibilidad de recibir consuelo, de que lo animen, el camino es diferente, los problemas se ven desde otro lugar, las situaciones difíciles se encaran con otra fuerza, las enfermedades se experimentan y superan desde otra perspectiva. Caminar juntos como comunidad en el consuelo y en el animar sin duda es la voluntad de Dios, es lo que quiere que hagamos. Vamos, pues, a ello. Vamos como lo hicieron los discípulos. Vamos como el grupo de mujeres que van a cantarle a ella que tanto hizo por la iglesia y ahora está postrada y no puede hablar. Vamos como el grupo de diaconía de una congregación que se reúne y trabaja para tener elementos ortopédicos para prestar a quien lo necesite. Vamos como tantos hogares de ancianos que dan un lugar de refugio cuando ya no se puede solo. Vamos como los vecinos que ayudaron a levantar de nuevo la casa que se quemó.  Vamos como…

Enviada, enviado soy de Dios, mi mano lista está a construir con él un mundo fraternal. Los ángeles no son enviados a cambiar un mundo de dolor por un mundo de paz. Me ha tocado a mí hacerlo realidad, ayúdame, Señor, a hacer tu voluntad.  Amén. (Canto y Fe Nº 150)

Aurelia Schöller

Hechos 15,22-35

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