Sermón sobre Lucas 2: 1-14, por Cristina Inogés Sanz

 

Hermanos: que el Señor ilumine su rostro sobre nosotros.

Un año más, mejor dicho, nuevamente, celebramos la Nochebuena. En la noche todo está rodeado de un halo de misterio intenso. Y es en medio de la noche cuando Dios sale a nuestro encuentro de la forma más tierna posible.

No viene a nosotros de forma fulgurante, viene de noche, en silencio y ahí sale a nuestro encuentro.

Algo nuevo y deslumbrante, aunque no con la idea que de deslumbrante tenemos, acontece en nuestra vida.

Dios viene a nosotros sin imponerse en forma alguna. Sólo el amor habla; sólo el amor aguarda; sólo el amor susurra; sólo el amor nace; sólo el amor de Dios en Belén.

Decía San Agustín: Nosotros apetecemos las cumbres; para ser grandes aprendamos lo pequeño. ¿Quieres conocer lo excelso de Dios? Comprende primero la humildad de Dios.

En Jesús Dios se ha hecho uno de nosotros (cf Flp 2,7). El nacimiento de Jesús sigue ejerciendo una fascinación sin límites porque celebrar que Dios nace, que Dios se ha encarnado en alguien como nosotros, poder contemplar un Dios cercano y débil es un privilegio que conlleva es una explosión de júbilo y alegría.

Jesús no es una teología elaborada a la perfección por los ‘técnicos’ del saber religioso. Jesús es la realidad donde, paradojas a parte, no habiendo nada que esperar, ni que buscar porque es un niño, es donde está todo inicial y temblorosamente comprendido.

A todos nos marca de por vida el lugar de nacimiento. Bien sea por cuestiones culturales, por acentos, por vestimentas, por infinidad de detalles todos delatamos de alguna manera nuestra procedencia geográfica. Jesús no podía ser una excepción. Nacido en un tiempo y en un lugar determinados, será toda su vida el hijo de José, el artesano de Nazaret. Fue un leve latido en el seno de su madre, un embrión cuidado con la rudimentaria medicina de la época y un niño nacido al calor de un asno y de un buey. Un buey y un asno que no son simples productos de la imaginación. Un buey y un asno que, a la luz del texto de Isaías 1,3: Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento, se han convertido en un nexo de continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Y por la puerta de la exclusión que supuso nacer en una cueva al calor de esos animales, llega, nada más y nada menos, que la liberación a la historia de la humanidad. Es verdaderamente sorprendente que Dios entre en la historia, en la vida de los seres hechos a imagen y semejanza de Dios, por la puerta de atrás.

Nuestro mundo occidental tan acostumbrado a lo espectacular, se verá obligado a buscar a Dios porque, querámoslo o no, a quien entra por la puerta de atrás no se le hace mucho caso.

Pero ¡cuidado! que a este niño, a este Dios que llega a nuestra vida por la puerta de atrás, nos lo pueden esconder tanto la oscuridad como las luces. La oscuridad, porque nos gusta más encontrarlo en la belleza de la luz; las luces, porque pueden evitar que veamos con claridad al cegarnos con el resplandor. Hasta para encontrar a Dios hay un término medio.

Tal vez por eso la imagen que nos viene cuando pensamos en el nacimiento de Jesús sea la imagen de una hoguera que, desprendiendo luz suficiente para ver no nos ciega con el resplandor y, además, crea ese espacio de intimidad que permite ver y ser visto a corta distancia. Permite un descubrimiento lento, amoroso, y lleno de matices.

Es necesario dejarse sorprender para estar en disposición de búsqueda. El brote germinal de salvación que hay en la cueva de Belén hay que buscarlo y descubrirlo. Él no va a imponerse, a darse a conocer de forma brusca. Si no nos acercamos al calor y a la luz de la hoguera, si no encontramos hoy a ese Dios que nace, sólo estaremos hablando de recuerdos cuando digamos que estamos celebrando la Navidad.

La Navidad es salvación. Pero sólo en la medida en que acojamos al Salvador que nace, podrá hacerse salvador nuestro. Cuando eso suceda el dinamismo de vida que se desencadenará en nosotros será inagotable y las posibilidades infinitas.

La novedad de Dios entra en nuestra vida, ya ha entrado y eso permitirá que su acción sobre el mundo nazca de nosotros ¡qué gran regalo saber que Dios no se impone! aunque siempre tendremos presente que el origen de de esa acción sobre el mundo es fruto de la gran fantasía de Dios. Sí, Dios tiene fantasía y eso no es malo. Es la creatividad llevada al máximo. Y nos da la posibilidad de hacer lo mismo, de ser creativos y audaces como lo es él. Dios, en Jesús recién nacido, se hace un aprendiz de la vida y desde ahí, aprendemos nosotros a vivir.

La Navidad es la gran fiesta de todo hombre. Ahí comienza todo. Desde ese momento nadie queda fuera de Dios.

No hay amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos, nos dirá San Juan en su Evangelio. Es verdad, pero tan grande como ese amor es el amor de quién teniendo y siendo todo, se arriesga a vivir como persona humana.

Celebremos la Navidad como el gran acontecimiento que es. Acojamos lo pequeño, lo escondido, lo que llega en el silencio de la noche, por la puerta de atrás. Acojamos a Dios que nace después de gestarse en el cálido e intimo encuentro junto a una hoguera.

¡Feliz Navidad!

Cristina Inogés Sanz

Fuente: predigten.uni-goettingen.de

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