Sermón sobre Mateo 1: 18-25, por Jorge Weishein

Uno jamás se puede llegar a imaginar
lo que Dios puede llegar en la vida de una persona.

La historia de José y María que hemos escuchado hoy nos lleva a sorprendernos. Iba todo tan bien. La relación con José estaba en orden. Ya se estaban por casar. Y de pronto… María no sólo está embarazada sino también en una situación embarazosa. Ella podía incluso llegara perder no sólo su esposo sino incluso su vida. Estaba prometida en matrimonio y consumó una relación con alguien desconocido antes de contraer matrimonio con su prometido. ¿Cuándo se imagino María alguna vez tener que pasar por una situación así?

Sin embargo, Estas situaciones pueden encontrarse muchas veces en la Biblia. En Isaías (7,10-14) vemos que la situación es crítica. Israel está a punto de ser invadido por Egipto y Asiria pero Dios va a darles una señal de que el pueblo tiene otra oportunidad: Un niño va a nacer, es el primogénito de una joven y se va a llamar Emanuel. De este pueblo que parece haber perdido todo antes de empezar la batalla ya tiene entre si la semilla de un tiempo nuevo, un nuevo futuro, una nueva oportunidad. ¿Cuándo se hubiera imaginado el pueblo de Israel en ese escenario tan crítico que Dios les iba a dar otra oportunidad?

Veamos la historia de Pablo (Romanos 1,1-7), un judío piadoso que se había enlistado como soldado al servicio del imperio romano sufre un vuelco fundamental en su vida. Abandona el ejército y se pone al servicio de aquél a quien persiguió por décadas. Pablo que casaba cristianos para las fosas de leones y la venta de esclavos ahora anuncia el evangelio de Jesucristo por todos los pueblos y habla de Jesús de Nazareth de quien predica que es el hijo de Dios, muerto y resucitado gracias al espíritu de Dios. Pablo que tuvo la experiencia de haber pasado de la muerte a la vida en esa profunda conversión en su vida del odio al amor, de llevar la muerte a traer la vida, de perseguir y hostigar a encontrar y cuidar la vida de los cristianos ahora reconoce al evangelio de Jesucristo como algo muy superior por encima de la ley judía. ¿Cuándo se imaginó Pablo alguna vez en su vida que habría de ser uno de los mayores apóstoles de Jesucristo en el imperio romano?

Dios sorprende a todos todo el tiempo. Jamás podemos imaginarnos lo que Dios tiene reservado para nosotros. Especialmente cuando las cosas parecen estar muy mal y que nosotros no podemos imaginar una salida, en esos momentos, es cuando Dios obra con mayor fuerza. Dios hace del barro arcilla, hace del dolor una oportunidad, hace de la muerte una nueva vida, hace de la tristeza una nueva alegría.

¿Cuántas veces hemos pasado por momentos tremendamente difíciles sin poder ver una salida? ¿Cuántas veces la solución apareció de donde menos nos hubiéramos imaginado? Esta capacidad de estar abiertos a la obra de Dios es una actitud fundamental de la vida cristiana. Sabemos que Dios va caminando con nosotros dos pasos adelante nuestro. Esta fe nos lleva a estar a disposición de Dios todo el tiempo, sobre todas las cosas, en esos momentos en que no entendemos que está pasando porque la situación nos excede totalmente. Esta capacidad de dejarse sorprender por Dios es fundamental.

Conozco personas que en situaciones críticas han hecho locuras y barbaridades al dejarse llevar por la desesperación. Han puesto en peligro su vida, en algunos casos se han quitado la vida, en otros casos le han quitado la vida a otras personas y luego a si mismas. Estos casos, lamentablemente, son casos de conocimiento público.

La desesperación es una mala consejera. El evangelio de Jesucristo nos recomienda siempre mantener la calma, tener paciencia, por un lado, pero al mismo tiempo ser perseverante. No por nada una frase que la Biblia repite hasta el cansancio es: «No tengas miedo» El miedo nos lleva a creer que estamos solos, que tenemos que resolver nuestros problemas solos, que no tenemos salida, que no podemos hacer nada, que ya no podemos encontrar ninguna solución que, en definitiva, ya está, ya estamos jugados, no hay más nada que hacer.

La experiencia de José y María en el evangelio, el anuncio del profeta Isaías previo al exilio de Israel y la carta del apóstol Pablo luego de su profunda conversión nos muestran claramente que al mismo tiempo que nos van cayendo los cascotes encima Dios -sin que uno se lo pueda imaginar – ya los va usando como tierra para sembrar sobre ellos, que ni bien están cayendo los muros ya los está usando como escombros para hacer una nueva base, que ni bien se cortó el tronco del árbol ya está naciendo un retoño, que la madera podrida del árbol seco ya sirve de abono para un nuevo arbolito.

El dolor en la Biblia nunca es en vano. La historia siempre está preñada de oportunidades. Los comodines están en el mazo sin que nunca sepamos cuando van a salir. Las situaciones difíciles e incomprensibles para nosotros siempre son una oportunidad de vivir para gloria de Dios. Esas situaciones que uno dice: «¿Por qué a mi?» «¿Qué hice yo para merecer esto?» Estas situaciones siempre son un caldo de cultivo para un cambio profundo en nuestras vidas. Dejemos que Dios nos asombre así como asombró a María, que sin saber qué estaba pasando por la cabeza de José ni tampoco sabía que iba a pasar con ella resultó ser ni más ni menos que la madre del hijo de Dios. Dejémonos asombrar como el pueblo de Israel que pensando que ya estaba todo perdido frente a semejantes ejércitos como los de las potencias de Asiria y Egipto de pronto los inunda la esperanza en el Mesías y esta certeza se extiende como un reguero de pólvora porque contra toda razón Dios ya estaba anunciando una nueva vida para todos. Dejémonos asombrar como le pasó a Pablo que de tener absoluta impunidad pasó a reconocerse públicamente como un pecador que solamente puede vivir gracias a la enorme misericordia de Dios, que lo perdona y lo acepta como es, gratuitamente, sin que jamás pueda llegar a merecer ni entender semejante acto de amor de parte de Dios.

Este es el mensaje de Dios para nosotros esta noche: No te desesperes. Dejá que Dios te asombre. Dejá que Dios se muestre en tu vida y te abra los ojos. Dios siempre tiene una nueva oportunidad para todos y para todo. Tengamos la confianza suficiente para poder aceptar esta realidad contra toda razón aún cuando vemos todo negro y, especialmente, cuando no vemos ninguna salida. La luz de Dios atraviesa la muerte y trae vida aún cuando ya no somos capaces de poder imaginar que las cosas puedan volver a cambiar. Dios vino al mundo. Dios nació entre nosotros y cambió la historia de la humanidad. La historia nunca más va a volver a ser contada como hasta ese momento. Las certezas cambiaron para siempre.

Bien dice la carta a los hebreos: Tener fe es estar seguro de lo que se espera y estar convencido de lo que no se ve (Hebreos 11,1) Así que no aflojen. No se dejen caer. No se dejen estar. Luchen con confianza que Dios no los abandona nunca. Animen sus corazones, levanten la frente, enderecen sus piernas cansadas, déjense guiar al camino de la vida y la esperanza. Dios tiene futuro. La fe cristiana vive de la certeza de que un nuevo mundo ya está ocurriendo -oculto a nuestros ojos (según la carne)- pero es absolutamente real a los ojos de la fe (según el espíritu). Esto lo vamos a ver el día que Dios nos abra los ojos a todos a la vez y podamos verlo plenamente presente entre nosotros.

Vivimos de esta certeza que nos anima. Nos sostenemos en esta confianza que nos fortalece. Estamos abiertos a sorprendernos porque no tenemos miedo. Dios ya está obrando en silencio -oculto a nuestros ojos- y no tardará en hacerse notar para volver a profundizar nuestra esperanza y a hacerse realidad entre nosotros, como lo hizo a través de su hijo Jesucristo. Los más humildes ya se dieron cuenta. Los reyes ya están en camino. Dejate sorprender. Dios te puede hacer nacer de nuevo. ¿Cuándo en su vida se hubiera imaginado Nicodemo (Juan 3,1-21) que podría llegar a nacer de nuevo? Cada uno y cada una puede llegar a vivir una nueva navidad gracias a Dios. Esta fue la experiencia del pueblo de Israel. Este fue el testimonio de Pablo. Esta fue la certeza de José y María. Esta es nuestra confianza, todavía hoy. Dios se sigue haciendo carne, Dios se sigue haciendo presente, Dios sigue cambiando la vida en el mundo.

Que en esta noche buena Dios te alcance con su palabra, te habite con su espíritu santo y te cambie la vida para alcanzar a vivir en su paz. ¡Feliz Navidad!

Amén!

Pastor Jorge Weishein

Fuente: predigten.uni-goettingen.de

Compartir!

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email
Share on print
Print