Así también ustedes, las esposas, sométanse a sus esposos, para que, si algunos de ellos no creen en el mensaje, puedan ser convencidos, sin necesidad de palabras, por el comportamiento de ustedes.

1 Pedro 3,1

El tema de la 1ª Carta de Pedro es el testimonio que dan los cristianos a través de toda su vida. Su comportamiento debe ser coherente. La vida del creyente, de la creyente es el único libro en el que saben leer los que “no creen en el mensaje” y la única manera de convencerlos. En pro de ese testimonio en tiempos peligrosos, de burlas hacia los cristianos, de denuncias y calumnias, el autor de la carta no cuestiona las estructuras e instituciones existentes (la esclavitud, el rol del hombre y de la mujer, la estructura patriarcal), sino que las reafirma y cimienta. Es posible que no pudiera hacer otra cosa.

Así, el testimonio del ciudadano cristiano es someterse a las autoridades del Imperio; el del esclavo, ser mejor esclavo; el de la mujer casada, someterse más perfectamente a sus maridos; el de los niños, ser más obedientes.

Pero esto no significaba ninguna novedad en la sociedad patriarcal del Imperio Romano. Esto ya era así. ¿Entonces? ¿En esto se transformó la vocación de ser luz, sal y fermento en la sociedad?

La violencia hacia la mujer es aún silenciada en muchas comunidades cristianas con argumentos bíblicos como el texto arriba citado. Pero hoy, en otro contexto, nuestro testimonio como mujeres y hombres de fe, es el de terminar con la asimetría de géneros enfocándonos en el doble mandamiento del amor de Jesús. Debemos recuperar la visión de la Iglesia Primitiva –apenas dos generaciones antes de la Carta de Pedro donde hombres y mujeres, esclavos y libres, niños y ancianos, ricos y pobres se congregaban alrededor de ese Jesús que libera y enseña que ante Dios todos estamos en pie de igualdad.

Karin Krug

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