¿Por qué, Señor, haces que nos desviemos de tus caminos, y endureces nuestros corazones para que no te respetemos? Cambia ya, por amor a tus siervos y a las tribus que te pertenecen.
Isaías 63,17

Nuestro Padre nos ha creado con un gran corazón, pero hemos alambrado un retazo de él y pretendemos allí vivir nuestra fidelidad a Dios. En este texto lo culpamos de los malos sentimientos que nuestro corazón tiene. Quisiéramos mantener a Dios en la ignorancia de todo aquello que está en nosotros pero que no aceptamos.

Dios, en algunas situaciones, nos abandona para probarnos y descubrirnos todo lo que hay en nuestro corazón. Pero nuestro pecado nos llama a la dolorosa realidad de tener que comprobar que la mayor parte de nuestro corazón debe aún ser evangelizado. Que hasta ahí aún no ha llegado la buena noticia de que Cristo se hizo hombre, que murió asumiendo nuestro pecado y que con él descendió a los infier-nos, para vencer en su propia guarida el pecado y su compañera la muerte.

No siempre entendemos claramente la razón de muchas cosas que nos suceden. En otras, sencillamente hemos sido los autores de tales acontecimientos adversos. A pesar de esto, Dios nos ofrece su amor incondicional y fiel. Un amor que no discrimina aún a los que no hemos sido fieles a Él.

El amor de Dios transforma y hace florecer los desiertos de nuestro corazón.

Así, pues pidamos a nuestro Padre, a Jesús resucitado, que trans-forma la muerte en vida, que cambie el odio en amor, la venganza en perdón, la guerra en paz. Sí, Cristo es nuestra paz, e imploremos por medio de él la paz para el mundo entero. Amén. (Fragmento de una oración del Papa Francisco)

Gladis Gomer

Isaías 63,17-64,11

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