Vino Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo. Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo besare, ése es; prendedle.

Mateo 26,47-48

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Los ánimos iban y venían, y era la postura más fácil la de plegarse al más fuerte, al más famoso. Hagámosle bullyng, total, pa-rece un tipo indefenso y débil, rodeado de unos cuantos discípulos haraposos sin poder alguno. Será cosa fácil, tanto que ya no tiene 12, tan sólo 11, pues uno está de nuestro lado, ya lo sobornamos con unas monedas y está dispuesto a entregar a su maestro con una estrategia “para que no se den cuenta” de su bajeza… con un beso en la mejilla, “el beso de Judas”, dado a decir hoy por hoy al hecho con que se entrega a un amigo a alguien que ha sido de la misma creencia, de un mismo pensar.

Gente que arremetía con espadas y palos, planteo violento de poderes desiguales frente a alguien que sólo esgrimía palabras y hechos molestos que ellas ocasionaban, pero palabras que pretendían dar dignidad y esperanza al ser humano, a aquél que hace rato ya había sido abandonado por las estructuras de poder. Palabras que hablaban de un reino por venir, que ni si quiera era de este mundo, pero que para alcanzarlo había que poner las cosas en orden en éste, y para poner en orden este mundo hay que cambiar el paradigma de poder, el económico y el social, alinearlo con la voluntad de Dios. Eso es complicado y va contra los intereses de los poderosos, los de todos los tiempos. Por eso es conveniente con-fundir al común de la gente, venderle espejitos, y al que no compra espejitos, algún soborno por la causa, y así queda libre el terreno para los palos y la espada.

 

Norberto Rasch

 

Mateo 26,47-56

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