Dios dará su perdón a los hombres por todos los pecados y todo lo malo que digan: pero al que ofenda con sus palabras al Espíritu Santo, nunca lo perdonará, sino que será culpable para siempre.

Marcos 3,28-29

¿El perdón de Dios tiene límites? La pregunta no deja de inquietarme. El Evangelio, la Buena Noticia, así única y con mayúscula, es la posibilidad del perdón que en cualquier situación nos habilita para una vida nueva. Cristo ha cargado nuestras culpas, nuestro pecado,  y marca el camino de nuestra redención. La posibilidad del perdón no tiene límites, ¿Por qué esta advertencia de Jesús? ¿Qué de particular tiene lo que parece ser una “excepción” en la misericordia de Dios?

En realidad la pregunta anterior se afirma en un equívoco. Dios no niega ninguna posibilidad de perdón. Solamente el Espíritu Santo obra en el ser humano la posibilidad del arrepentimiento que es condición del perdón. Nadie recibe el perdón si no es consciente de su falta y no se ha arrepentido de ella. Quien no permite que el Espíritu Santo le dé un nuevo corazón, quien no se humilla ante él y reconoce su necesidad de nacer de nuevo, no es capaz de arrepentirse, no es siquiera capaz de reconocer su propio error. Por esa razón la ofensa al Espíritu Santo hace imposible el perdón.

A la pregunta del inicio yo respondo que el perdón de Dios no tiene límites. Tiene límites nuestra capacidad de reconocer que estamos necesitados de él. Cerrar las puertas al Espíritu Santo es condenarse a cargar con la culpa.

Por eso nuestra primera oración es el pedido a Dios de un nuevo corazón capaz de reconocer nuestra necesidad espiritual. Tal vez a eso se refiera Jesús cuando en el Sermón del Monte llama “bienaventurados” a los “pobres en espíritu” (Mateo 5:3).

Oscar Geymonat

Marcos 3,20-30

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