Así como los hijos eran de carne y hueso, también él era de carne y hueso para que por medio de la muerte destruyera al que tenía el dominio sobre la muerte, es decir, al diablo, y de esa manera librara a todos, los que por temor a la muerte, toda su vida habían estado sometidos a la esclavitud.
Hebreos 2,14-15 (RVC)
En el centro de la experiencia de fe del pueblo de Dios, en el Antiguo Testamento, se encuentra el paso del Mar Rojo, la salida de Egipto, la primera pascua.
Dios sacó al pueblo de Egipto, de casa de servidumbre, para guiarlo hacia una frontera nueva: la de un pueblo de hermanos sin amos, ni esclavos. Los diez mandamientos son la vacuna contra cualquier tipo de esclavitud.
Dios quiere conducir al pueblo a la verdadera libertad, extirpando las semillas del odio, la violencia y el afán desmedido por la sobrevivencia. Los hebreos no eran un pueblo inmaculado, eran de carne y hueso, como nosotros. Llevaban impregnados siglos de desigualdad e injusticia, de desprecio por la vida que habían aprendido en Egipto. Cuando cruzaron el Mar Rojo dejaron atrás las fronteras geográficas de la esclavitud, pero no dejaron atrás, porque lo llevaban en su sangre, el virus de la esclavitud. Ese virus impide que esa generación que salió de Egipto cruzara el Mar Rojo, no es un designio de Dios.
Una y otra vez, el pueblo reconstruye esclavitudes, destruye la fraternidad, desoye la voluntad de Dios. Parece algo viejo pero es actual, a nosotros nos pasa también. Por miedo a morir, a sufrir, aceptamos diversas esclavitudes por acción u omisión. También nosotros caemos en las garras del diablo. Era necesario que Jesús venciera nuestro temor y el aguijón de la muerte para llevarnos a otro tipo de vida; ese Jesús también de carne y hueso derrotó al diablo ofrendando su vida dominando el terror a la propia muerte.
Gracias Dios pues nos sacas una y otra vez de nuestras diversas esclavitudes, no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal. Amén.
Juan Carlos Wagner
Hebreos 2,5-18
