Cristo ha entrado en el santuario, ya no para ofrecer la sangre de chivos y becerros, sino su propia sangre; ha entrado una sola vez y para siempre, y ha obtenido para nosotros la liberación eterna.

Hebreos 9,12

En la antigüedad, las personas expiaban sus ofensas a Dios ofreciendo un animal, el cual con su muerte traería el perdón de los pecados. La gente entendía que la gracia de Dios tenía un costo, y ese costo eran los sacrificios.

La irrupción de Jesucristo al mundo como Hijo de Dios cambia el esquema de la relación Dios – ser humano. El mismo Hijo de Dios se ofrece una vez y para siempre como único sacrificio. Por él no hay nada que el ser humano pueda hacer para obtener la gracia de Dios.

Sin embargo, vivimos en una sociedad cuya lógica sigue siendo el sacrificio. Nuestro sistema económico actual se ha transformado en una religión despiadada que nos hace creer que todo progreso necesita sacrificios. Ya no sacrificio de animales como en la antigüedad, sino sacrificios humanos. Algunos deben sacrificarse para que otros estén mejor. Pobreza, desempleo, trabajo precarizado, exclusión social, son algunas de las medidas que garantizan la estabilidad de un sector de la sociedad.

Los cristianos estamos llamados a dar testimonio de la gracia de Dios, otorgada por Jesucristo, que va en contra de las lógicas sacrificiales de este mundo. 

Ayudanos a entender nuestra culpa, ¡oh! Señor. Nuestras alegrías son dolor para muchos hoy, perdón, Señor. (Canto y Fe N° 116)

Raúl Müller

Hebreos 9,11-15

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