¡Que deje de mostrarse como prostituta! ¡Que aparte de sus pechos a sus amantes!

Oseas 2,2

 

En este tiempo en que la computadora y el celular marcan el ritmo de la vida es difícil entender este versículo, pero se puede captar que Dios se hartó de su pueblo. Buscaban aquí, allá y siempre daban más crédito a sus propias ideas y razonamientos, en lugar de hacerle caso a Dios.

Hoy lo veo y oigo a diario como la gente, con todo orgullo y soberbia, sostiene que no creen en Dios, y hasta se ríen de Cristo, pero hacen caso del charlatán que mejor hable. Más tarde cambian nuevamente a otra cosa, que ahora sí, por un corto tiempo, es lo que importa en sus vidas. Lo peor es que no se dan cuenta de que es Dios el que los mantiene y los ama; que Dios es el que se preocupa por ellos y les da su salud.

Tampoco creo que Dios esté conforme con aquellos que cambian de una iglesia a otra. Buscan la perfección según sus propios criterios, en lugar de buscar a Dios en la comunidad donde estén. Y si no están de acuerdo con algo deberían mejorarlo, trabajar para Dios allí mismo.

Creo que para eso Dios nos dio ojos para ver las falencias en nuestra sociedad o iglesia, manos para orar por ella y pies para buscar aquella persona de la que nosotros podemos encargarnos de hablarle de nuestro Dios.

A propósito: ¿Conocés el tercer mandamiento? Allí no dice: Guarda el día de reposo para “almohadarlo”, sino: para “santificarlo”. O sea: festejar a Dios, darle las gracias por la vida que nos regaló, por los problemas que nos fortifican y nos preparan para ayudar a otros en situaciones parecidas, etc.

“Santificar” a Dios es contar de nuestra congregación y sus reuniones, de nuestra fe, de la forma como Dios nos guía por esta vida. Es juntar las manos con un enfermo y orar por él, y tomarse el tiempo para aquél que lo necesita.

 

Winfried Kaufmann

 

Oseas 2,1-3

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