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Hijitos míos, que nadie los engañe: el que practica la justicia es justo, como él es justo.

1 Juan 3,7

Justicia seguramente es uno de los hechos que más reclamamos en nuestra sociedad. El reclamo por la justicia comienza muy temprano con los chicos: cuando piensan que sus padres o, más tarde, sus maestros no los tratan con justicia. Yo me acuerdo muy bien de lo fea que es esa sensación de sentirse tratado injustamente por los padres. Y de muy temprano entendí que mis padres hicieron muchos esfuerzos para ser justos con sus hijos. Seguramente mi casa no era la única en la que el trato con justicia tenía un gran valor. Y de ahí me parece lógico que de grandes nosotros también busquemos justicia, y sobre todo, tratemos de ser nosotros justos con los demás.

Pero parece que en la sociedad este valor no vale mucho. ¿Cómo puede ser que cuando somos grandes perdamos algo que cuando éramos chicos tenía mucha importancia? Juan da un paso más: “Ojo, que nadie nos engañe. No vaya a ser que alguien parezca justo pero en verdad no lo es”. Juan nos habla también del diablo que nos lleva al camino equivocado. Pero este diablo no es un hombre extraño que golpea nuestra puerta, sino tiene nombres: egoísmo, ignorancia, ansiedad por tener, sed de poder y mucho más. Y a estos diablos los encontramos cada día en nuestros caminos. El desafío es de no caminar con ellos sino buscar el camino recto que nos mostró Dios por la vida de su hijo Jesucristo. Es un desafío para toda la vida que si como chicos ya lo practicamos y reclamamos, no debería ser tan difícil.    

Amar es confesarnos mutuamente, perdonarnos de nuevo cada día, buscar la luz, la verdad, andar de frente, sin guardias, sin secretos, sin mentiras. (Canto y Fe Nº 312)

Detlef Venhaus

1 Juan 3,1-10

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