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No juzguen ustedes por las apariencias. Cuando juzguen, háganlo con rectitud.

Juan 7,24

A Jesús lo juzgaron porque había hecho un milagro, había sanado a alguien en el sábado, cuando eso estaba prohibido por la ley de Moisés. A los que lo juzgaban les importó más la ley que había que cumplir que la situación del enfermo que había sido sanado.

Cuántas veces solemos emitir una opinión o un juicio sobre una tercera persona sin considerar su situación o poner sobre la balanza cómo podemos llegar a lastimar a esa persona. Sin evaluar o medir las consecuencias nos ponemos por encima de alguien y opinamos libremente. Sin elementos o categorías las medimos con una vara totalmente subjetiva y nuestra.

Con facilidad cosificamos al otro, lo tratamos como a un objeto sin considerarlo persona y tener en cuenta su situación, el por qué y el para qué está haciendo lo que hace, y mucho menos consideramos, sus sentimientos o sus razones.

Juzgamos sin tener en cuenta su condición de persona creada por Dios con los mismos valores y las mismas cualidades que las que tengo yo. Ponemos una regla, una ley o un preconcepto por sobre la humanidad juzgando sin misericordia o compasión.

En estos tiempos en que los medios de comunicación y de transporte nos acercan tanto, urge comenzar a pensar en el otro como un hermano con el que podemos dialogar y encontrarnos. Las diferencias de culturas, razas y religiones pueden ser para nosotros oportunidades de descubrir las riquezas de las que podemos abrevar para enriquecernos nosotros.

Ríos, fronteras, diferencias, discrepancias pueden ser puntos de encuentro y ya no puntos de límites o separación. Todo un desafío.

Waldemar von Hof

Juan 7,14-24

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