¿Quién, pudiendo matar a su enemigo, lo deja ir sano y salvo? ¡Que el Señor te bendiga por lo que hoy hiciste conmigo!

1 Samuel 24,19

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Ya en la escuela dominical yo amaba esta historia.

Saúl persigue a David con un ejército de 3000 hombres. A la noche se acuesta en una cueva, sin saber que en la misma se encuentra escondido David. Y éste no mata al indefenso Saúl, sino sólo corta un trozo del borde de su manto. De esa manera a la mañana siguiente puede demostrarle que habiendo tenido la posibilidad de matarlo no le hizo daño. A Saúl le brotan las lágrimas, se termina la enemistad entre ambos, y David puede llegar a ser rey.

Estamos en Cuaresma. ¿Qué te parece si renunciaras a toda ocasión de chicanear al otro y de vengarte? ¿Qué te parece si les desea-ras bendición a quienes siempre te molestan y te fastidian?

¿Cómo sería renunciar a la propia fuerza y poder, y hacerse vulnerable a sí mismo? ¿Qué tal si nos relacionáramos unos con los otros con nuestros sentimientos fuertes y afectuosos en lugar de chocar y enfrentarnos con nuestras armas?

La cuestión es reconocer en la otra persona al ser humano como Dios lo ha querido. De esa manera, de la enemistad surgen bendición y reconciliación.

Ayudar y servir en tu nombre es el fin que queremos lograr y, si hicie-ra aún falta, poderte decir: “Nuestra vida te damos, Señor“.

Pero esto será muy difícil de lograrlo sin tu bendición. Y por eso primero queremos pedir tu perdón y tu guía, Señor. (Canto y Fe Nº 279)

Heike Koch

1 Samuel 24,1-23

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