Saúl tomó su espada y se dejó caer sobre ella. Y cuando su ayudante vio que Saúl había muerto, también él se dejó caer sobre su propia espada y murió con él. Así murieron aquel día Saúl, sus tres hijos, su ayudante y todos sus hombres.

1 Samuel 31,4-6

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Saúl fue el primer rey de Israel, ungido y empoderado por Dios para gobernar. Tenía la admiración de los hombres. Rey guerrero que ganó muchas batallas. Sin embargo, su vida nos advierte de lo que ocurre cuando una persona desobedece a Dios, o le obedece a medias, que es lo mismo. Miramos a Saúl y pensamos: qué historia triste, pero, ¿qué tiene que ver la vida de Saúl conmigo?

La suya es una historia trágica, y tiene importantes enseñanzas para nosotros como creyentes. Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron (Romanos 15,4). Nos invita a entender las advertencias de Dios, sus silencios y aún, las con-secuencias de nuestra rebeldía, por nuestra desobediencia.

Saúl, se embriagó con el poder. Empezó a edulcorar la importancia de las instrucciones y mandamientos que Dios le transmitía por medio del profeta Samuel. Su soberbia lo apartó de la protección de Dios. Sintió celos, odio y trató de matar a David, el siervo de Dios y leal siervo suyo. Creyó que David era un traidor, cuando en realidad era un hombre “según el corazón de Dios”.

La muerte de Saúl no se produjo cuando se dejó caer sobre su espada, fue un proceso que empezó cuando comenzó a buscar justificaciones para su desobediencia.

Prestemos atención cuando buscamos justificar nuestros errores, evitemos expresiones como: ¡Sí, pero hice muchas otras cosas buenas!

Oswaldo Humberto Cuevas Gaete

1 Samuel 31,1-13

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