Pues, ¿quién te da privilegios sobre los demás? ¿Y qué tienes que Dios no te haya dado? Y si él te lo ha dado, ¿por qué presumes, como si lo hubieras conseguido por ti mismo?
1 Corintios 4, 7
Estas palabras nos invitan a darnos un baño de humildad y a re- cortar los espinos del orgullo. Había un problema con los Corintios, era su exceso de orgullo personal. Nosotros, ¿cómo manejamos este sentimiento? Como humanos fácilmente caemos en el orgullo que nos lleva a la arrogancia de creernos más que los demás. Y a olvidar- nos que todo lo que tenemos y somos se lo debemos a la misericordia de nuestro Dios. Quien nos regaló estos dones por amor. El orgullo es muy nefasto y un estorbo para la comunión de los hermanos en la Iglesia. Lugar donde somos invitados a dejar de ser yo para ser nosotros. Donde somos miembros de un cuerpo donde la única cabeza es Cristo.
El orgullo es un enemigo de Dios, el orgullo resiste a Dios. El orgullo desafía a Dios y a su voluntad. El orgullo es independiente y se aparta de Dios. El orgullo y la dureza de corazón van de la mano. Siempre que alguno endurece su corazón, es porque tiene un corazón orgulloso. Dios no tolera el orgullo. “Honrar al Señor es odiar el mal. Yo odio el orgullo y la altanería…” (Proverbios 8,13). Dios no puede bendecir un corazón orgulloso y duro. Desterremos de nuestro ser el orgullo y la dureza de corazón, para que así Dios pueda bendecirnos.
Fabián Pagel
1 Corintios 4,6-13